REFLEXIONES SOBRE NEHEMÍAS 1
El libro de Nehemías fue
escrito por quien lleva su nombre y, en términos generales, narra la
reconstrucción de los muros de Jerusalén y sus puertas. Este siervo de Dios,
fue copero del rey de Persia, en Susa, capital del reino. Podríamos decir, que
Nehemías fue un alto dignatario, además, fue hombre de mucha confianza del
soberano.
Sobre
los nombres: Vr 1-2
- Padre:
Hacalías, significa “oscuridad de Dios”
- Hermano:
Hanani, significa “bondadoso, “con gracia”
- Nehemías: “Jehová consuela”
Pensando en el cuadro descrito
en el capítulo 1 de Nehemías, el cautiverio era un tiempo de oscuridad para
Israel, pues a causa de su idolatría y
desobediencia, Dios los envió a una nación extraña y pagana.
Uno de los hermanos de
este siervo de Dios, fue a visitarlo y dio parte de la situación de los judíos
y de Jerusalén. El solo hecho que Hanani estuviera vivo y contando la realidad
del pueblo de Dios, hacía parte de la bondad del Señor. A pesar de la oscuridad,
la gracia de Dios podía verse guardando un remanente.
Pero, las cosas no
terminaban allí, “Jehová consuela” y lo iba a hacer a través de Nehemías. Este
hombre sería uno de los hombres usados por Dios para traer consuelo a Israel
con la restauración de sus muros y sus puertas.
En los tiempos de
oscuridad, debemos recordar que Dios tiene un plan perfecto, insondable y
sabio, en medio de los cuales debemos tener presente su bondad y, además, creyendo
que dentro de muy poco tendremos el consuelo necesario para nuestras almas.
Quizás, al considerar la
obra del Señor, se vean los muros destruidos y las puertas quemadas con fuego
y, por tanto, el panorama se vea gris; sin embargo, aunque nosotros vemos el
humo, Dios ve su pueblo y, en su gracia, hoy busca personas como Nehemías para edificar,
reparar y levantar.
Sobre
las noticias: Vr 3
“me dijeron: El
remanente, los que quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están
en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas
a fuego”.
Tristemente, las noticias
sobre Israel, sus moradores, los muros y las puertas, eran bastante lamentables.
¿Si hoy se preguntara por
la iglesia en la cual nos congregamos, cuál sería nuestra respuesta?
- Los
moradores, es decir, los creyentes, cómo están?
- Los
muros, esto es, hay santidad en la iglesia, existe separación del mundo, hay una preocupación constante por guardarse del mal?
Cuando Nehemías escuchó
las noticias sobre sus hermanos israelitas y que los muros de Jerusalén estaban
destruidos y sus puertas consumidas por el fuego, su reacción fue llorar, hacer
duelo, ayunar, orar y, dentro de esta última, confesar los pecados de su
pueblo, incluyéndose él también, como si él hiciera parte del fracaso
espiritual de Israel (Neh 1.4-6).
En Nehemías no vemos
autocomplacencia, vanidad, orgullo, juicio, reclamo, al contrario, lo que se
aprecia en su oración es un desprendimiento de sí mismo, una identificación
plena con el pueblo y con su pecado. Este siervo del Señor no escudriñaba el
corazón ajeno, pero si reconocía humildemente su propio pecado. Nótese, por
ejemplo: “Si, yo y la casa de mi padre
hemos pecado”. Al decir verdad, tal vez el menos responsable de la situación
espiritual de Israel era Nehemías, sin embargo, ora como si él fuera el
causante de la desdicha y castigo divinos.
Al ver la obra de Dios y
su creciente decadencia, el creyente fiel, confesará sus pecados junto con los
del pueblo, no estará parado en un pedestal analizando el pecado ajeno. Con
razón, Dios pudo usar a este hombre en la restauración de los muros, por lo
cual, siguiendo ese ejemplo, quiera el Señor usarnos a nosotros para su gloria y bendición de su
pueblo.
En
este punto, podríamos preguntarnos, ¿cuándo fue la última vez que lloramos por
la situación de la obra de Dios?, o quizás haya ocurrido, de manera literal,
que hemos perdido el apetito considerando la situación de las iglesias. Tal vez
estemos orando y, de ser así, el corazón está preparándose para dejar de
lamentarse y comenzar a hacer y tener parte activa en el servicio del Señor.
Sobre la Necesidad de Orar:
Vr 4-11
Nehemías, en su oración, destaca:
1. La Persona de Dios: “Oh Jehová,
Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la
misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos” (Vr 5). Nehemías
invoca a Dios como el Altísimo, aquél que estaba por encima del rey de Persia y
de las circunstancias.
Este
varón, conocía a Dios como el Altísimo, el Todopoderoso, el Dios fiel que
cumple su palabra, pero también, como el Dios misericordioso y justo.
Hoy,
conocemos a Dios como nuestro Padre, pero, sin duda, nuestra comunión con Él
nos llevará a considerarlo como el Dios de paz (Fil 4.9), Padre de
misericordias (2 Cor 1.3), Dios de toda consolación (2 Cor 1.3b), el Padre de
los espíritus (Heb 12.9), el Padre de las luces (San 1.17), entre muchas otras referencias.
2. Su Pecado: “En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a
Moisés tu siervo” (Vr 6-7). La
causa por la cual Israel se encontraba en gran mal y afrenta, se debió a la
desobediencia de la ley. Nehemías oraba como si el pecado fuera suyo, como si
el fracaso hubiera sido ocasionado por él, como si él se hubiera apartado de la
ley de Dios.
Una
vida de oración conducirá al reconocimiento de la santidad de Dios, pero, a su
vez, de nuestra propia indignidad y miseria. Un corazón cercano al Señor, se
aleja del orgullo, no busca en otros la justificación del fracaso y, aunque no
disimula que el pueblo se ha extraviado, él también se incluye. Hacemos bien en
recordar las palabras del publicano: “Dios,
sé propicio a mí, pecador” (Lc 18.13).
3. La Palabra de Dios: “Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo”. (Vr 8). Tenía claro lo que Dios había dicho en cuanto a la desobediencia y sus consecuencias (Dt 28.64), pero también, sobre el arrepentimiento y la restauración (Vr 9); (Dt 30.1-5).
Nos
conviene hacer el diagnóstico, es decir, ver la raíz del problema y lo que Dios
dice respecto a ello en Su palabra, pero también, es menester, discernir y
aplicar el remedio bíblico. Temo que en muchas ocasiones, somos prontos para
diagnosticar, pero tardos para procurar la restauración. Dios nos ayude a
proceder en santo equilibrio.
El
pecado puede ser muy grande como la idolatría y sus consecuencias incalculables
como la dispersión, no obstante, el arrepentimiento trae restauración.
4. El Pueblo de Dios: “Son tus siervos y tu pueblo” (Vr 10). Nehemías
tenía muy claro que el pueblo era de Dios, no suyo, por muy identificado que
estuviera con Israel, sus ojos estaban puestos en su dueño.
Dios nos ayude a considerar la obra de
Dios como suya, no nuestra, Cristo la ganó por su propia sangre (Hec 20.28).
5. El Poder de Dios: “los cuales redimiste
con tu gran poder, y con tu mano poderosa” (Vr 10b).
Nehemías
tenía claro quién redimió y cómo redimió a Israel, ese hecho fue una
manifestación del ilimitado poder de Dios. El pueblo es de Dios, porque Cristo
lo compró con su sangre. Al mismo tiempo, no debemos perder de vista, que quien
nos compró, es quien sostiene su iglesia, por tanto, nuestra confianza debe
reposar en su poder, no en nuestros esfuerzos.
6. La Petición de otros
siervos: “Te ruego, oh Jehová, esté ahora atento tu oído a la oración de tu
siervo, y a la oración de tus siervos, quienes desean reverenciar tu nombre”. (Vr 11). Gracias a Dios, Nehemías tenía claro
que no estaba solo en su sentir, habían otras personas que también oraban y
buscaban agradar al Señor.
Hermanos,
debemos reconocer que hay otros creyentes que también oran por la obra, cuyo
anhelo de su corazón es reverenciar el nombre del Señor, sino, podríamos caer en
la queja de Elías: “El respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de
Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a
tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para
quitarme la vida” (1 Re 19.14). Creer que somos los únicos
que hemos quedado, que somos el remanente fiel, no solo nos ensimisma, sino
además, saca a flote nuestro ego espiritual (“solo yo”).
Qué dijo Dios a Elías: “Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas
no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron”. (1
Re 19.18). Es
decir, mientras Elías daba una batalla pública, habían 7000 creyentes fieles más,
que honraban a Dios, por tanto, cuán equivocado estaba este profeta de Dios.
7. La Petición específica: “concede ahora buen éxito a tu siervo, y dale gracia delante de aquel
varón (…)”. (Vr 11b).
La
petición final y concreta de Nehemías, tuvo que ver con que el Señor le de
gracia ante los ojos del rey y le conceda ir a Jerusalén. Esa solicitud, habla
de la disposición del siervo por actuar, no se quedó en lágrimas, ayuno y
oración. Este varón, se preparó delante de Dios para hablar delante del rey,
pero además, para marchar e ir a Judá.
Dios
nos ayude a ser sensibles ante la realidad de la obra del Señor, a identificarnos
con el pueblo de Dios, pero, sobre todo, a estar dispuestos a hacer su voluntad
y abandonar nuestra comodidad.
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