Sobre la
Constancia en la oración, la Confianza en Dios y el Carácter cristiano
Nehemías 2.1-5
“Sucedió en el mes de Nisán, en
el año veinte del rey Artajerjes, que estando ya el vino delante de él, tomé el
vino y lo serví al rey. Y como yo no había estado antes triste en su presencia (…)” (Vr 1)
1. La Constancia en la oración
En reciente publicación
consideramos la oración de Nehemías en el capítulo 1. Bueno, entre esa oración
y la entrevista con el rey Artajerjes en el capítulo 2, transcurrieron
aproximadamente 4 meses, teniendo en cuenta que el mes de Quisleu (1.1), se
corresponde con los meses de noviembre – diciembre de nuestro calendario, y el
mes de Nisán (2.1) equivale a los meses de marzo - abril del calendario
gregoriano.
En el inicio de este capítulo, el
varón de Dios está sirviendo, como de costumbre, a su rey. Si estamos
entendiendo bien el pasaje, hasta ese momento, Nehemías no había demostrado su
tristeza frente al monarca, lo que nos permite inferir, que durante 4 meses, su
oración fue constante, pero
además, había logrado mostrar un buen estado de ánimo ante el jerarca y
continuaba ejerciendo sus labores como copero.
Esperar en Dios, se evidencia en:
- La Solicitud: La petición de Nehemías seguía
siendo por el mismo motivo. Sin duda, Nehemías era hombre de oración, de hecho, su reacción en
el capítulo 1 en cuanto a orar no fue excepcional, sino una evidencia de su
práctica diaria.
- El Semblante: A pesar de la tristeza que tenía
este varón de Dios, su rostro no reflejaba tal situación. Como vamos a ver más
adelante, a pesar que no estaba permitido estar triste delante del rey, no es
menos cierto, que aun haciendo el mejor esfuerzo, es muy difícil mantener un
rostro afable cuando hay angustia en el corazón, sin embargo, Nehemías se
fortalecía en su Dios.
- El Servicio: Seguía ejerciendo sus labores como
copero
Los creyentes estamos llamados a perseverar en la oración,
a seguir insistiendo en una misma petición hasta que tengamos respuesta de
Dios, positiva o negativa.
Mientras esperamos en el Señor, nuestro rostro debe
evidenciar paz, no amargura ni angustia.
El dolor en el alma por la situación de la obra de
Dios, no debe ser pretexto para el
abandono de nuestras actividades, por algo, estamos esperando en Él. Ocurre, más
de lo que nos imaginamos, que hermanos dejan de desempeñar sus labores, porque
dicen estar pensando en la obra, afirman estar tan cargados, que pierden
interés en su trabajo. Nehemías, tuvo buen ánimo para seguir sirviendo al rey.
2. La Confianza en Dios
La carga que Nehemías tenía por
Jerusalén era pesada, los días no daban tregua, y aunque tenía plena conciencia
de la situación, no se apresuró para hablar con el rey. El monarca no había
notado antes la aflicción de su sirviente, quizás, porque temiendo por su vida, este no evidenciaba en su rostro
el dolor de su alma; entre tanto, oraba secretamente y esperaba el momento que
el Señor estaba preparando.
El rey Artajerjes notó la
tristeza en el rostro de su siervo y le preguntó por su congoja. Destáquese,
que no fue Nehemías quien tomó la iniciativa, ni tampoco fingió dolor para
llamar la atención del rey, sencillamente, Dios propició el lugar y tiempo
adecuados para contestar la oración de su siervo.
Querido hermano, ¿le resulta
familiar?, tal vez su experiencia ha sido similar, ha orado por un asunto
específico, la carga en el alma permanece pero usted no desfallece en sus
rogativas y continúa con sus labores cotidianas, hasta que, un día determinado,
Dios obró en las circunstancias, en las personas, en usted y, en su bondad,
contestó su petición.
Tener carga en el alma por algo y orar por ello, no significa que
sea el tiempo de Dios, así el peso sea muy legítimo. Saber esperar en su presencia, permanecer en oración y dejar que
él obre, es un ejercicio espiritual que debemos practicar con mayor frecuencia.
Téngase en cuenta, que Nehemías no presionó la respuesta divina, ni manipuló
las circunstancias, solo tuvo CONFIANZA en el Señor. Aquí podría
aplicarse el proverbio: “Como
los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina”. (Pro 21.1)
Esperar en el Señor significa dejar que él conteste, por ende, no
hemos de forzar las circunstancias ni tomar la iniciativa, porque nuestros
tiempos y pensamientos no son los de Dios. Consideremos que Nehemías estaba
delante del rey todo el tiempo, es decir, tuvo muchas oportunidades para
exponer su causa al monarca, pero no lo hizo, ¿por qué?, porque CONFIABA en su
Dios.
Una consideración detallada de
estos primeros versículos de Nehemías 2, permiten ver la confianza de este
siervo en la Soberanía divina.
Él era muy consciente que las circunstancias actuales de Israel se debían al
pecado del pueblo, por ende, Dios estaba actuando soberanamente con los hebreos.
Pensemos además, que Dios quiso poner a Nehemías como copero del rey, aunque
nuestro pensamiento considere que era más lógico que el cargo lo desempeñara un
nativo y no exponerse a que un judío atentara contra la vida del monarca. Las
cosas sucedieron en el mes de Nisán, en el año 20 del rey, ¿qué, no pudo haber
sido en otro mes y año? No, porque Dios escogió esa fecha.
Cuando Artajerjes preguntó a
Nehemías por la razón de su semblante decaído, parece algo muy normal, una
pregunta intrascendente, no obstante, este siervo discernió que era el momento
que Dios le estaba dando para exponer su causa. Si este varón no hubiera estado
orando constantemente, probablemente no hubiera entendido lo que Dios estaba
haciendo.
3. El Carácter cristiano
“Entonces temí en gran manera” Vr 2
La reacción de Nehemías es más
que comprensible, por un lado, porque no era del agrado de un rey que alguien
estuviera triste en su presencia (Est 4.2), máxime, si era alguien de su entera
confianza; por otra parte, estaba a punto de hacer una petición que podía
costarle la vida, en la medida que significaba autorización para reconstruir
los muros de una ciudad que durante muchos años estuvo sometida al imperio.
La confianza en Dios no nos convierte en súper humanos, al
contrario, nuestro carácter se forja porque somos más conscientes de nuestra debilidad y, aunque tememos y temblamos, el
Señor nos sostiene para cumplir con sus propósitos. Vale la pena recordar la
respuesta de Dios al apóstol Pablo: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona
en la debilidad (…)” y la piadosa conclusión de este siervo: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12.10). Podríamos decir que una señal de madurez espiritual es el
reconocimiento de la propia debilidad.
Pese al temor, Nehemías dio
respuesta al rey: “Para
siempre viva el rey. ¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los
sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego?” (Vr 3).
No escondió la razón de su tristeza, tampoco contestó más de lo
preguntado, esto es, hasta ese momento, él no solicitó nada. Cuán Sabio y prudente fue este hombre
al contestar con las palabras necesarias. Dios nos ayude a dar respuesta de
manera humilde y controlada.
Ahora, el rey pregunta nuevamente “¿Qué cosa pides?” (Vr 4). El rey lograba
evidenciar que detrás de la tristeza y la respuesta de Nehemías, había algo más
de fondo y quería saber qué era. En ese momento, el varón de Dios “oró al Dios de los cielos”.
Fue una oración sucinta
y secreta. Como vimos en el
capítulo 1, Nehemías era hombre de oración, por tanto, invocó a Dios de la
misma manera que lo hacía en la intimidad, de hecho, aquí también clamó al “Dios del cielo” (Compárese 1.4), a
Aquél que estaba por encima del monarca. Gran lección para los creyentes de hoy
en día, que necesitamos pasar más tiempo delante del Señor orando, de manera
que ante las particularidades de la vida, la comunión con Dios se manifieste y
hagamos y digamos lo correcto.
Prestemos atención a la respuesta de Nehemías después de orar (Vr 5):
a. El Soberano: “Si le place al rey”
b.
El Súbdito: “y
tu siervo ha hallado gracia delante de
ti”
c. La Solicitud: “envíame a
Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, y la reedificaré”.
Considere el lector si la
petición hubiera sido al contrario:
“envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis
padres, y la reedificaré”; (si) “tu siervo ha hallado gracia delante de ti”, (desde luego) “si le place al rey”.
Cuántas veces pedimos un
favor siguiendo este último guión y no el del Señor, anteponiendo nuestra
necesidad y luego considerando a la persona de quien requerimos su buena
voluntad. En la forma como Nehemías hizo la petición hay Sabiduría, o mejor, fue la manera como Dios lo guió para
expresarse. Necesitamos más oración para decir lo correcto en la forma
correcta.
Ampliando un poco la
aplicación, aunque guardando proporciones, pero cuando oramos, debemos empezar
por Dios, luego seguimos nosotros, así: “Padre
nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga
tu reino. Hágase
tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. (Mt 6.9-10).
Ocurre con frecuencia, que
iniciamos así: “El pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras
deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos
del mal (…)” (Mt 6.12-13).
Otro ejemplo en que
primero es Dios:
“Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y
otra suerte por Azazel”. (Lev 16.8). En el día de expiación, el primer
macho cabrío era por Jehová, es decir, la porción que le correspondía a Dios
primeramente, luego, la parte nuestra, el macho cabrío en Azazel.
La sabiduría para hablar y
actuar, proviene de la dependencia absoluta de Dios, ella se forja en la
intimidad, no por nada, en un contexto de pruebas, Santiago exhorta: “Y si alguno de vosotros tiene falta de
sabiduría,
pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”. (San 1.5).
A través de la oración, el cristiano crece en su carácter, en la medida
que experimenta cuán débil es y, a su vez, se hace más sabio. Además, cuando se
cultiva la vida de oración, el yo va cediendo el paso al Señor, por lo cual, por
impulsivos que seamos en nuestra personalidad, sabemos esperar.
Podemos concluir con tres versículos:
“Pacientemente esperé a Jehová, y se
inclinó a mí, y oyó mi clamor”. (Sal 40.1)
“Guarda silencio ante Jehová, y espera en él (…)” (Sal 37.7)
“¿Por qué te abates, oh alma mía,
y te turbas dentro de mí? Espera
en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío”. (Sal 42.5)
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