martes, 13 de agosto de 2019

El Ejemplo de Nehemías


Sobre la Constancia en la oración, la Confianza en Dios y el Carácter cristiano
Nehemías 2.1-5

Sucedió en el mes de Nisán, en el año veinte del rey Artajerjes, que estando ya el vino delante de él, tomé el vino y lo serví al rey. Y como yo no había estado antes triste en su presencia (…)” (Vr 1)


1. La Constancia en la oración




En reciente publicación consideramos la oración de Nehemías en el capítulo 1. Bueno, entre esa oración y la entrevista con el rey Artajerjes en el capítulo 2, transcurrieron aproximadamente 4 meses, teniendo en cuenta que el mes de Quisleu (1.1), se corresponde con los meses de noviembre – diciembre de nuestro calendario, y el mes de Nisán (2.1) equivale a los meses de marzo - abril del calendario gregoriano.

En el inicio de este capítulo, el varón de Dios está sirviendo, como de costumbre, a su rey. Si estamos entendiendo bien el pasaje, hasta ese momento, Nehemías no había demostrado su tristeza frente al monarca, lo que nos permite inferir, que durante 4 meses, su oración fue constante, pero además, había logrado mostrar un buen estado de ánimo ante el jerarca y continuaba ejerciendo sus labores como copero.

Esperar en Dios, se evidencia en:

-      La Solicitud: La petición de Nehemías seguía siendo por el mismo motivo. Sin duda, Nehemías era  hombre de oración, de hecho, su reacción en el capítulo 1 en cuanto a orar no fue excepcional, sino una evidencia de su práctica diaria.

-       El Semblante: A pesar de la tristeza que tenía este varón de Dios, su rostro no reflejaba tal situación. Como vamos a ver más adelante, a pesar que no estaba permitido estar triste delante del rey, no es menos cierto, que aun haciendo el mejor esfuerzo, es muy difícil mantener un rostro afable cuando hay angustia en el corazón, sin embargo, Nehemías se fortalecía en su Dios.

-        El Servicio: Seguía ejerciendo sus labores como copero

Los creyentes estamos llamados a perseverar en la oración, a seguir insistiendo en una misma petición hasta que tengamos respuesta de Dios, positiva o negativa.

Mientras esperamos en el Señor, nuestro rostro debe evidenciar paz, no amargura ni angustia.

El dolor en el alma por la situación de la obra de Dios,  no debe ser pretexto para el abandono de nuestras actividades, por algo, estamos esperando en Él. Ocurre, más de lo que nos imaginamos, que hermanos dejan de desempeñar sus labores, porque dicen estar pensando en la obra, afirman estar tan cargados, que pierden interés en su trabajo. Nehemías, tuvo buen ánimo para seguir sirviendo al rey.

2. La Confianza en Dios

La carga que Nehemías tenía por Jerusalén era pesada, los días no daban tregua, y aunque tenía plena conciencia de la situación, no se apresuró para hablar con el rey. El monarca no había notado antes la aflicción de su sirviente, quizás, porque temiendo  por su vida, este no evidenciaba en su rostro el dolor de su alma; entre tanto, oraba secretamente y esperaba el momento que el Señor estaba preparando.

El rey Artajerjes notó la tristeza en el rostro de su siervo y le preguntó por su congoja. Destáquese, que no fue Nehemías quien tomó la iniciativa, ni tampoco fingió dolor para llamar la atención del rey, sencillamente, Dios propició el lugar y tiempo adecuados para contestar la oración de su siervo.

Querido hermano, ¿le resulta familiar?, tal vez su experiencia ha sido similar, ha orado por un asunto específico, la carga en el alma permanece pero usted no desfallece en sus rogativas y continúa con sus labores cotidianas, hasta que, un día determinado, Dios obró en las circunstancias, en las personas, en usted y, en su bondad, contestó su petición.

Tener carga en el alma por algo y orar por ello, no significa que sea el tiempo de Dios, así el peso sea muy legítimo. Saber esperar en su presencia, permanecer en oración y dejar que él obre, es un ejercicio espiritual que debemos practicar con mayor frecuencia. Téngase en cuenta, que Nehemías no presionó la respuesta divina, ni manipuló las circunstancias, solo tuvo CONFIANZA en el Señor. Aquí podría aplicarse el proverbio: Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová;  a todo lo que quiere lo inclina. (Pro 21.1)

Esperar en el Señor significa dejar que él conteste, por ende, no hemos de forzar las circunstancias ni tomar la iniciativa, porque nuestros tiempos y pensamientos no son los de Dios. Consideremos que Nehemías estaba delante del rey todo el tiempo, es decir, tuvo muchas oportunidades para exponer su causa al monarca, pero no lo hizo, ¿por qué?, porque CONFIABA en su Dios.

Una consideración detallada de estos primeros versículos de Nehemías 2, permiten ver la confianza de este siervo en la Soberanía divina. Él era muy consciente que las circunstancias actuales de Israel se debían al pecado del pueblo, por ende, Dios estaba actuando soberanamente con los hebreos. Pensemos además, que Dios quiso poner a Nehemías como copero del rey, aunque nuestro pensamiento considere que era más lógico que el cargo lo desempeñara un nativo y no exponerse a que un judío atentara contra la vida del monarca. Las cosas sucedieron en el mes de Nisán, en el año 20 del rey, ¿qué, no pudo haber sido en otro mes y año? No, porque Dios escogió esa fecha.

Cuando Artajerjes preguntó a Nehemías por la razón de su semblante decaído, parece algo muy normal, una pregunta intrascendente, no obstante, este siervo discernió que era el momento que Dios le estaba dando para exponer su causa. Si este varón no hubiera estado orando constantemente, probablemente no hubiera entendido lo que Dios estaba haciendo.


3. El Carácter cristiano

Entonces temí en gran manera” Vr 2



La reacción de Nehemías es más que comprensible, por un lado, porque no era del agrado de un rey que alguien estuviera triste en su presencia (Est 4.2), máxime, si era alguien de su entera confianza; por otra parte, estaba a punto de hacer una petición que podía costarle la vida, en la medida que significaba autorización para reconstruir los muros de una ciudad que durante muchos años estuvo sometida al imperio.

La confianza en Dios no nos convierte en súper humanos, al contrario, nuestro carácter se forja porque somos más conscientes de nuestra debilidad y, aunque tememos y temblamos, el Señor nos sostiene para cumplir con sus propósitos. Vale la pena recordar la respuesta de Dios al apóstol Pablo: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad (…)” y la piadosa conclusión de este siervo: cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12.10). Podríamos decir que una señal de madurez espiritual es el reconocimiento de la propia debilidad.

Pese al temor,  Nehemías dio respuesta al rey: Para siempre viva el rey. ¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego?  (Vr 3).

No escondió la razón de su tristeza, tampoco contestó más de lo preguntado, esto es, hasta ese momento, él no solicitó nada. Cuán Sabio y prudente fue este hombre al contestar con las palabras necesarias. Dios nos ayude a dar respuesta de manera humilde y controlada.

Ahora, el rey pregunta nuevamente “¿Qué cosa pides? (Vr 4). El rey lograba evidenciar que detrás de la tristeza y la respuesta de Nehemías, había algo más de fondo y quería saber qué era. En ese momento, el varón de Dios “oró al Dios de los cielos”.

Fue una oración sucinta y secreta. Como vimos en el capítulo 1, Nehemías era hombre de oración, por tanto, invocó a Dios de la misma manera que lo hacía en la intimidad, de hecho, aquí también clamó al “Dios del cielo” (Compárese 1.4), a Aquél que estaba por encima del monarca. Gran lección para los creyentes de hoy en día, que necesitamos pasar más tiempo delante del Señor orando, de manera que ante las particularidades de la vida, la comunión con Dios se manifieste y hagamos y digamos lo correcto.

Prestemos atención a la respuesta de Nehemías después de orar (Vr 5):

a.      El Soberano: Si le place al rey
b.      El Súbdito: “y tu siervo ha hallado gracia delante de ti
c.      La Solicitud: “envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis            padres, y la reedificaré.

Considere el lector si la petición hubiera sido al contrario:

envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, y la reedificaré”; (si) “tu siervo ha hallado gracia delante de ti”,  (desde luego) “si le place al rey”.

Cuántas veces pedimos un favor siguiendo este último guión y no el del Señor, anteponiendo nuestra necesidad y luego considerando a la persona de quien requerimos su buena voluntad. En la forma como Nehemías hizo la petición hay Sabiduría, o mejor, fue la manera como Dios lo guió para expresarse. Necesitamos más oración para decir lo correcto en la forma correcta.

Ampliando un poco la aplicación, aunque guardando proporciones, pero cuando oramos, debemos empezar por Dios, luego seguimos nosotros, así: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. (Mt 6.9-10).

Ocurre con frecuencia, que iniciamos así: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.  Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal (…)” (Mt 6.12-13).

Otro ejemplo en que primero es Dios:

Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel. (Lev 16.8). En el día de expiación, el primer macho cabrío era por Jehová, es decir, la porción que le correspondía a Dios primeramente, luego, la parte nuestra, el macho cabrío en Azazel.

La sabiduría para hablar y actuar, proviene de la dependencia absoluta de Dios, ella se forja en la intimidad, no por nada, en un contexto de pruebas, Santiago exhorta: Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. (San 1.5).

A través de la oración, el cristiano crece en su carácter, en la medida que experimenta cuán débil es y, a su vez, se hace más sabio. Además, cuando se cultiva la vida de oración, el yo va cediendo el paso al Señor, por lo cual, por impulsivos que seamos en nuestra personalidad, sabemos esperar.

Podemos concluir con tres versículos:

Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. (Sal 40.1)

Guarda silencio ante Jehová, y espera en él (…)” (Sal 37.7)

“¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?  Espera en Dios; porque aún he de alabarle,  salvación mía y Dios mío. (Sal 42.5)

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