jueves, 22 de agosto de 2019

La Cena en Betania


17 Personas que asistieron a la cena en Betania
Mt 26.6-13; Mr 14.3-9; Jn 12.1-8


No pretendo dar una conclusión definitiva respecto de quién es la mujer que aparece en estos pasajes, sobre todo, porque existen diferencias en los relatos que nos podrían hacer pensar que se trata de personas distintas, pero, permítanme sugerir que se trata de María la hermana de Martha y Lázaro.

Una primera consideración que debe tenerse en cuenta, es que los evangelios no están escritos de manera cronológica, es decir, los acontecimientos no se relatan secuencialmente, en otro sentido, su narración obedece a la verdad que el Espíritu desea acentuar.

Así, por ejemplo, en el relato de Mateo, el autor afirma que el Señor les dijo a sus discípulos que faltan dos días para la celebración de la pascua, luego habla del consejo de los malvados y pasa a contar sobre el evento en Betania. Lo que el autor está diciendo no es que la cena en dicha aldea se llevó a cabo dos días antes de la fiesta, sino, que cuando el Señor pronunció esas palabras, y cuando se urdió el complot para matarlo, faltaban dos días para la pascua.

De hecho, el verso 6 inicia diciendo “y estando Jesús en Betania”, es decir, no relaciona los eventos anteriores con la historia que va a narrar.

Por su parte, Juan, en su evangelio escribió:Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. (Jn 12.1-2).

Entendemos que el Señor tenía un afecto especial por la familia de María, Marta y Lázaro y que en otras ocasiones había estado allí, (Lc 10.38-42; Jn 11), sin embargo, Juan no afirma que fue en su casa donde le hicieron una cena, solo señala que fue en Betania. Lo que sabemos, según el relato juanino, es que en una casa de Betania, estaban Lázaro, Martha y María y que esta última derramó un vaso de alabastro a los pies del Señor.

Igualmente, debe tenerse en cuenta el enfoque de cada evangelio, así, Mateo presenta a Cristo como rey, por tanto, él narra que el perfume fue derramado sobre la cabeza del Señor; en cambio, Juan, considera a Cristo como el Hijo de Dios, por lo cual, resalta que el perfume fue derramado a los pies del Señor Jesucristo.

Además, en el evangelio del discípulo amado, hay algunas referencias que nos hablan sobre los pies, por ejemplo:

a. La Sencillez: Jn 1.27, en este caso, Juan el bautista no se consideraba digno de desatar la correa del calzado del Señor. Dios nos ayude a ser humildes.

b. Servicio: Jn 13, el señor Jesús, se ciñó una toalla y lavó los pies de sus discípulos. El Señor nos guíe en nuestro servicio para Él y los suyos.

c. Socorro: Jn 11.32, María, acongojada por la muerte de su hermano Lázaro, se postra a los pies del Señor buscando consuelo. Si estamos atribulados, debemos ir a los pies de Cristo.

d. Sacrificio: Jn 12.1-8, la misma mujer, quiebra un vaso de alabastro de perfume de nardo puro, ese fue su sacrificio para el Señor. Nada debe ser lo suficientemente costoso como para no derramarlo delante del Hijo de Dios.

Aunado a lo anterior, puesto que a esta noble mujer siempre se la ve a los pies del Señor, el Espíritu Santo deja el sello de su actitud en este evangelio.

Sin ser dogmático en la interpretación de esta escena, pienso que seis días antes de la pascua, el Señor visitó la casa de Simón el leproso en Betania, donde realizaron una cena en la que estuvieron presentes los tres hermanos amados por el Señor y en la que María aprovechó para derramar el perfume de nardo puro a los pies de Cristo. Entendiéndolo de esta manera, ahora debemos ver las personas que cenaron con el Señor Jesús.


1.   El Señor Jesucristo

La cena se hizo en honor a él, pues dice, “le hicieron allí una cena”. Él llenaba el lugar con su presencia, Él era el protagonista y todo giraba en torno a él. Las personas que estaban reunidas en esa casa, querían escuchar al Señor, los ojos de los comensales se dirigían hacia Él. Quien hacía especial el momento y el lugar era Cristo. Muy probablemente los tres hermanos eran reconocidos en Betania porque el Señor los visitaba con frecuencia, quizás, Lázaro llamaba la atención entre los presentes por haber sido resucitado, tal vez, Simón causaba admiración en razón de su sanidad; sin embargo, ni una ni otra persona atraían como el Señor Jesucristo, Él es singular, por tanto, solo él es digno de nuestra absoluta devoción.

En aquélla reunión, todos tenían que ver con el Señor Jesús, pero, sobre todo, él tenía que ver con cada uno de ellos. Cada persona ahí congregada, había tenido un encuentro personal con el Señor, excepto Judas, el traidor. Sin duda, los asistentes estaban felices, sin embargo, no había mayor gozo que el del Señor al estar allí compartiendo con las personas que lo amaban.

2.   Simón el leproso

De esta persona las Escrituras no dan mayor información, pero, debido al calificativo que se le da, podemos pensar que se trataba de una persona que padeció de lepra y fue curado por el Señor. Cuán agradecido debió estar este hombre y, a su vez, honrado que el Salvador estuviera en su casa. Ahora, Simón, no está apartado de las personas a causa de su enfermedad, al contrario, comparte mesa y comida con su sanador y con sus discípulos y demás seguidores.

La ley exigía, que la persona leprosa debía ser sacada del campamento para que habitara solo: Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo! Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su morada” (Lev 13.45-46).

No sabemos cuánto tiempo Simón estuvo aislado por causa de su enfermedad, sin poder hablar ni tener contacto con la sociedad, por tanto, ello nos permite pensar en el gozo tan grande de este hombre al ser sanado, y poder tener comunión con el Señor, con los discípulos y con sus muy probables conocidos Lázaro, Marta y María.

Los creyentes nos vemos identificados con Simón, puesto que, durante muchos años, la lepra del pecado nos tuvo alejados de la gloria de Dios. Ahora, como sus hijos, tenemos comunión con el Señor y con los suyos. Es un privilegio tener a Cristo en nuestro corazón, disfrutar de una relación personal con él y sentarnos a la mesa con sus discípulos.


3.   María

El Espíritu Santo nos presenta a esta noble mujer en otros dos escenarios asumiendo la misma actitud humilde, así:

Comunión: Lc 10.38-42, sentada a los pies del Señor oyendo su palabra.

Consolación: Jn 11.32, postrada a los  pies de Jesús por causa de la muerte de Lázaro.

Consagración: Jn 12.3, ungiendo los pies del Señor con sus cabellos.

Para el creyente fiel, no hay otra persona a quien acudir sino a su Señor, con Él entra en un mismo pensamiento al leer su Palabra; cuando hay pruebas, encuentra consolación en Cristo, pero además, ese ejercicio espiritual lo lleva a quebrantarse en su presencia y nada es demasiado valioso que no sea digno de ser derramado delante de Su Señor.

Nótese que María en Lucas 10 recibe la Palabra del Señor, en Juan 11 recibe la Paz de Cristo, pero en Juan 11 da un Perfume a quien es objeto de su amor.

Ahora, acerquémonos un poco a la buena obra que realizó al derramar el perfume a los pies del Señor:

a.   Ungió al Señor con el perfume y lo enjugó con sus cabellos. Esta mujer comprendió que no tendría otra oportunidad para ungir el cuerpo del Señor, por eso se adelantó antes que suceda. Hay oportunidades únicas que no se repiten. Recuérdese el caso de las mujeres que llevaron especias para ungir el cuerpo del Señor, sin embargo, él ya había resucitado.

b.   Estar a los pies de Cristo demuestra  humildad, cercanía, dependencia. María enjugó los pies del Salvador con sus cabellos y, si éstos en la Biblia nos hablan de gloria, entonces, lo que esta mujer estaba haciendo era dar toda la gloria al Señor.

El Señor Jesucristo desea que pasemos más tiempo a sus pies, conociéndole y adorándole, pues de esa forma daremos gloria al único que es digno de tal honor.

Cuando nos reunimos como iglesia, nuestro interés debe ser que el nombre del Señor sea glorificado y, eso sucede, cuando nuestros vasos son quebrantados.

c.    El cabello de María quedó impregnado del olor del perfume, es decir, quedó oliendo de la misma manera que su Señor. Postrarnos en adoración delante de Cristo, nos va a permitir emitir el mismo olor de Él. Al salir de una reunión de iglesia, puesto que hemos estado rindiendo tributo a Cristo, entonces irradiaremos eso afuera.

d.   Una sola mujer hizo que toda la casa se llene del olor del perfume. Cuánto puede impactar en una asamblea la vida de una sola persona consagrada al Señor.

e.   Lo que hacemos para Cristo, queda registrado para la ayuda de muchos.

f.    En su adoración, María no expresa ni una sola palabra, pero sus hechos dan cuenta de su aprecio por el Señor.

g.   En Lucas 10, cuando María se sienta a oír la Palabra, no se oye su voz, pero escucha atentamente al Señor. Qué bueno es guardar silencio cuando Dios habla, cesan los argumentos y pensamientos humanos.

4.   Martha: Luc 10.38-42; Jn 12.2

Lo que vemos en el relato de Lucas, es que la hermana de María y Lázaro era una mujer muy servicial. Mientras el Señor estaba en su casa, ella se preocupaba por los deberes domésticos. Sin embargo, se acerca al Señor a decirle “¿no te da cuidado (o, no te interesa) que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude”.

Marta servía, pendiente de dar de comer a los visitantes y que tuvieran lo necesario, pero, sus ojos los quitó de Cristo para fijarse en la “desconsideración” de su hermana y pide al Señor que le llame la atención.

Dios nos ayude a servir a Cristo sin poner los ojos en lo que están o no haciendo los demás creyentes. El Señor en su gracia le explicó cuál era la buena parte, por tanto, hoy sabemos, que aquello que no nos será quitado es estar a los pies de nuestro Salvador escuchando Su Palabra.

Por otro lado, en Juan 11, Marta va a sostener un diálogo con el Señor Jesús, en el que comprende que: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo. (Jn 11.25-27).

Esas palabras del Señor fueron creídas por Martha, qué consuelo halló en esa oportunidad. Ahora, en Juan 12, la vemos sirviendo, no obstante, no está viendo lo que hacen o no hacen los demás, guarda silencio, sus ojos están puestos en el Señor, al fin y al cabo, se ha apropiado de la gran verdad que transformó su vida, Cristo es la resurrección y la vida.

Hay un impacto profundo en el creyente que se apropia de esta misma verdad, puesto que servir a un Cristo vivo, significa que nuestro trabajo está siendo observado por él, pero también, que tiene repercusiones eternas y un día muy cercano, el Señor Jesús recompensará nuestro esfuerzo.

5.   Lázaro: Jn 11-12

Es interesante que en las ocasiones que este hombre se menciona en las Escrituras, no se hayan plasmado sus palabras, únicamente se registra lo que otros dijeron de él y lo que Cristo hizo en él.

En la casa de Simón, a Lázaro no se lo ve sirviendo, tampoco adorando, pero está sentado a la mesa con el Señor, es decir, resucitado en comunión con Cristo. En este hombre había profunda gratitud, él era testimonio vivo del poder del Señor, por tanto, su admiración hacia Él era grande, desde luego que deseaba permanecer cerca de quien le devolvió la vida. En la tumba, este hombre escuchó el enorme grito de Jesús: “Lázaro, ven fuera”, ahora, en vida,  escucha la apacible voz de Su Salvador.

Cuando estuvimos muertos en delitos y pecados, oímos la potente voz del Señor que penetraba en la más profunda oscuridad de nuestra tumba espiritual, diciendo: Fulano, ven fuera. Cuánto poder de Dios se desplegó en nuestra salvación. Hoy, gozando de vida eterna, nos sentamos a la mesa con nuestro Señor para comer con él, para admirarle en su hermosura y escuchar su dulce voz.

6.   Judas

Esta bella escena tiene su nube gris, pues en la reunión se encontraba un hombre que no estimaba al Señor Jesús. Tristemente, en el pobre Judas se manifiestan las obras de un corazón no regenerado: i. Incredulidad, ii. Codicia (Mt 26.14), iii. Hurto (Jn 12.6), iv. Traición (Luc 22.48; Mt 26.47-49; Sal 41.9), v. Hipocresía y vi. no arrepentimiento, solo remordimiento (Hec 1.18).

En el antiguo testamento, en Israel, de 12 espías, 10 fueron incrédulos y provocaron el desánimo en el pueblo. En el nuevo testamento, de 12 discípulos, 1 no era creyente y, como ocurrió en ese convite, su actitud contaminó el ánimo de los demás apóstoles.

Judas anduvo con Jesús durante tres años, comió con él, vio su testimonio y obras milagrosas, escuchó su enseñanza, sin embargo, a pesar de esos privilegios, jamás creyó en Cristo. No vemos en las Escrituras alguna referencia a que este hombre llamara a Jesús como señor, lo más cercano fue decirle maestro (Mr 14.45).

En cuanto al apelativo de Iscariote, por lo menos existen dos posiciones. La primera, que la palabra viene del griego Iskarioth e Iskariots, o del hebreo îsh Qeriyyôth, "hombre de Queriot. Si es así, Judas sería el único discípulo que no provenía de Galilea, sino de Judea.

La segunda visión, es que la palabra Iscariote proviene de sicarius y, sica es una palabra latina que signfica cuchillo corto. Según esta concepción, los sicarios siempre usaban este tipo de arma y eran la milicia urbana de los zelotes, grupo revolucionario en tiempos del Señor. Si esta idea es acertada, Judas se vio profundamente decepcionado que Jesús no fuera el rey que venía a liberar a Israel de los romanos.

En contraste a él se encuentra Simón el Zelote, quien perteneció a ese mismo grupo, sin embargo, él si creyó en el Señor Jesús.

Por otra parte, en la lista de los doce, a Judas se lo menciona de último y siempre se lo denomina desde un comienzo como el traidor.

Rogamos a Dios, para que todos aquellos que hacen parte de la comunión de una iglesia local sean verdaderos creyentes. Lastimosamente, en el cristianismo moderno, existe mucha profesión de fe externa, sin que haya regeneración por el Espíritu Santo. Se observa con preocupación, que en algunas iglesias no se tenga el debido cuidado para recibir a las personas en el seno de la asamblea y, se justifique dicha liberalidad, en el deber de creer en la palabra de quien dice ser cristiano.

Para concluir este aparte de Judas, vemos que se puede estar muy cerca de Cristo, profesar ser cristiano, conocer la Biblia o los himnos y andar con los creyentes, no obstante, no haber nacido de nuevo. Aquí, una pequeña pero importante claridad, a saber: El inconverso es distinto al que profesa ser cristiano pero no lo es. En el primer caso, la persona no ha llegado a los pies del Señor Jesús y no declara ser de Él. En el segundo evento, la persona manifiesta ser de Cristo, pero en realidad sigue viviendo una vida de pecado, tal como lo hizo Judas.

7.   Los discípulos

La idea no es estudiar la biografía de cada uno de los apóstoles, sino, dar un panorama general de las personas que estuvieron presentes en esa cena. Se trataba de un pequeño grupo de once hombres, de las más variadas procedencias y profesiones y, aunque sus diferencias eran muchas, la persona de Cristo los congregaba.

Durante tres años habían caminado con él y, ahora, en la última semana antes de su muerte, tienen la oportunidad de sentarse a la mesa nuevamente con él, pero, pareciera que tanta cercanía, ocultara de sus ojos la gloria y belleza moral del Señor, pues ninguno de ellos hizo lo que María, al contrario, juzgaron su comportamiento.

- Simón Pedro y su hermano Andrés, humildes pescadores (Mr 1.16-18).

   - Juan y su hermano Jacobo, pienso que contaban con mejores condiciones económicas, debido a que su padre tenía jornaleros, por ende, era empresario en el sector pesquero (Mr 1.19-20). El evangelista Lucas nos cuenta que Pedro, Andrés, Jacobo y Juan eran compañeros en la pesca, por lo cual, tenían amistad desde antes del llamamiento del Señor (Lc 5.1-11).

    El apóstol Juan nos causa admiración por su ternura y profundo amor por el Señor, sin embargo, en su juventud, su carácter no era tan noble, tanto así, que Cristo apellidó a estos dos hermanos como Boanerges, esto es, hijos del trueno.

-   Felipe, natural de Betsaida (Casa de pesca), la misma ciudad de Pedro, Andrés, Jacobo y Juan. Este discípulo halló a Natanael (Bartolomé) y le compartió del Señor Jesús (Jn 1.45). Este hombre conocía las Escrituras, dado que afirma que Jesús de Nazaret es aquél de quien escribió Moisés y los profetas.

-   Natanael, de quien el Señor afirmó que era un verdadero israelita, en quien no había engaño (Jn 1.47), procedente de Caná de Galilea (Jn 21.2).

-   Mateo, el publicano (Lc 5.27), era un judío que trabajaba para el imperio romano cobrando impuestos. Recién convertido, invitó al Señor a su casa  y aprovechó para llevar a sus antiguos compañeros de trabajo (Mt 9.10).

-   Tomás, llamado Dídimo (Jn 11.16), es decir, tenía un hermano mellizo. Sus intervenciones son poco afortunadas, como cuando dijo a los demás discípulos que acompañaran al Señor a Betania para morir con él (Jn 11.16), o cuando afirmó no creer que Cristo había resucitado, hasta no colocar su dedo en las manos del Señor y su mano en su costado (Jn 20.25). El domingo que el Señor resucitó, él no estaba congregado con los apóstoles (Jn 20.24). Casi todos recordamos a Tomás por su incredulidad, aunque el Señor trató con él (Jn 20.27-29), para escuchar de él una hermosa afirmación: “¡Señor mío, y Dios mío! (Jn 20.28).

-  Jacobo hijo de Alfeo. Muy probablemente Alfeo (Griego) se refiera a Cleofas (hebreo), esposo de María, una de las mujeres que estuvieron pendientes de la crucifixión del Señor (Comparar Jn 19.25; Luc 24.10; Mr 10.3 y Mr 15.40). Parece que se referían a este Jacobo como el menor, para diferenciarlo de Jacobo el hermano de Juan.

-   Lebeo, Tadeo o Judas (Lc 6.16; Hec 1.13; Mr 3.18). La Biblia no informa nada acerca de él, a excepción de su llamamiento a ser discípulo, pero, sin duda, el Señor conoce exactamente cuál fue su servicio.

-   Simón el cananista o el Zelote (Mr 3.18; Lc 6.15). Los zelotes fueron un grupo subversivo que procuraban la independencia de Judea del imperio romano, se caracterizaban por su radicalismo y nacionalismo. De ese modo, el Señor tuvo entre sus hombres, a un desmovilizado de ideas beligerantes.

Solo a manera de ejemplo, ¿puede usted imaginar la convivencia en un grupo reducido, de un ex publicano que trabajó para el imperio romano cobrando impuestos a los judíos, y un zelote que buscó durante gran parte de su tiempo la independencia de su pueblo? Cuán precioso es el Señor, que podía atraerlos hacia él y de esa manera mantenerlos unidos.

Entonces, en casa de Simón el leproso habían personas de diferente procedencia, pasado y profesiones. No obstante, todos ellos tenían en común: Cristo (El Mesías), La Comunión (la mesa), La Comida (el menú), La Comunicación (el mensaje).  

Lo que sucedió en Betania es figura de una iglesia local, compuesta por miembros tan diversos, pero todos contamos con una persona en común, nuestro Señor. En esa casa estuvieron presentes tres familias, es decir, i. Martha, María y Lázaro; ii. Pedro y Andrés; iii. Juan y Jacobo, de la misma manera que una asamblea se compone de familias. Pedro, Andrés, Jacobo y Juan se conocían de mucho tiempo atrás, y muy probablemente Simón el leproso conocía la familia de Lázaro debido a su vecindad; igualmente, Felipe compartió el evangelio a Natanael. Tal cual como sucede hoy en día, a la iglesia van llegando nuestros amigos, familiares y conocidos.

En una asamblea local debe haber lo que observamos en Juan 12, esto es, Comunión (Lázaro sentado a la mesa), Servicio (Marta), adoración (María).

De esa manera, una iglesia está compuesta por personas como Simón el leproso, Marta, María, Lázaro, Pedro, Andrés, Jacobo, Juan, Felipe, Bartolomé, Natanael, Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Tadeo y Simón el Zelote y, a la cabeza, en el lugar de preeminencia, el Señor Jesús.



martes, 13 de agosto de 2019

El Ejemplo de Nehemías


Sobre la Constancia en la oración, la Confianza en Dios y el Carácter cristiano
Nehemías 2.1-5

Sucedió en el mes de Nisán, en el año veinte del rey Artajerjes, que estando ya el vino delante de él, tomé el vino y lo serví al rey. Y como yo no había estado antes triste en su presencia (…)” (Vr 1)


1. La Constancia en la oración




En reciente publicación consideramos la oración de Nehemías en el capítulo 1. Bueno, entre esa oración y la entrevista con el rey Artajerjes en el capítulo 2, transcurrieron aproximadamente 4 meses, teniendo en cuenta que el mes de Quisleu (1.1), se corresponde con los meses de noviembre – diciembre de nuestro calendario, y el mes de Nisán (2.1) equivale a los meses de marzo - abril del calendario gregoriano.

En el inicio de este capítulo, el varón de Dios está sirviendo, como de costumbre, a su rey. Si estamos entendiendo bien el pasaje, hasta ese momento, Nehemías no había demostrado su tristeza frente al monarca, lo que nos permite inferir, que durante 4 meses, su oración fue constante, pero además, había logrado mostrar un buen estado de ánimo ante el jerarca y continuaba ejerciendo sus labores como copero.

Esperar en Dios, se evidencia en:

-      La Solicitud: La petición de Nehemías seguía siendo por el mismo motivo. Sin duda, Nehemías era  hombre de oración, de hecho, su reacción en el capítulo 1 en cuanto a orar no fue excepcional, sino una evidencia de su práctica diaria.

-       El Semblante: A pesar de la tristeza que tenía este varón de Dios, su rostro no reflejaba tal situación. Como vamos a ver más adelante, a pesar que no estaba permitido estar triste delante del rey, no es menos cierto, que aun haciendo el mejor esfuerzo, es muy difícil mantener un rostro afable cuando hay angustia en el corazón, sin embargo, Nehemías se fortalecía en su Dios.

-        El Servicio: Seguía ejerciendo sus labores como copero

Los creyentes estamos llamados a perseverar en la oración, a seguir insistiendo en una misma petición hasta que tengamos respuesta de Dios, positiva o negativa.

Mientras esperamos en el Señor, nuestro rostro debe evidenciar paz, no amargura ni angustia.

El dolor en el alma por la situación de la obra de Dios,  no debe ser pretexto para el abandono de nuestras actividades, por algo, estamos esperando en Él. Ocurre, más de lo que nos imaginamos, que hermanos dejan de desempeñar sus labores, porque dicen estar pensando en la obra, afirman estar tan cargados, que pierden interés en su trabajo. Nehemías, tuvo buen ánimo para seguir sirviendo al rey.

2. La Confianza en Dios

La carga que Nehemías tenía por Jerusalén era pesada, los días no daban tregua, y aunque tenía plena conciencia de la situación, no se apresuró para hablar con el rey. El monarca no había notado antes la aflicción de su sirviente, quizás, porque temiendo  por su vida, este no evidenciaba en su rostro el dolor de su alma; entre tanto, oraba secretamente y esperaba el momento que el Señor estaba preparando.

El rey Artajerjes notó la tristeza en el rostro de su siervo y le preguntó por su congoja. Destáquese, que no fue Nehemías quien tomó la iniciativa, ni tampoco fingió dolor para llamar la atención del rey, sencillamente, Dios propició el lugar y tiempo adecuados para contestar la oración de su siervo.

Querido hermano, ¿le resulta familiar?, tal vez su experiencia ha sido similar, ha orado por un asunto específico, la carga en el alma permanece pero usted no desfallece en sus rogativas y continúa con sus labores cotidianas, hasta que, un día determinado, Dios obró en las circunstancias, en las personas, en usted y, en su bondad, contestó su petición.

Tener carga en el alma por algo y orar por ello, no significa que sea el tiempo de Dios, así el peso sea muy legítimo. Saber esperar en su presencia, permanecer en oración y dejar que él obre, es un ejercicio espiritual que debemos practicar con mayor frecuencia. Téngase en cuenta, que Nehemías no presionó la respuesta divina, ni manipuló las circunstancias, solo tuvo CONFIANZA en el Señor. Aquí podría aplicarse el proverbio: Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová;  a todo lo que quiere lo inclina. (Pro 21.1)

Esperar en el Señor significa dejar que él conteste, por ende, no hemos de forzar las circunstancias ni tomar la iniciativa, porque nuestros tiempos y pensamientos no son los de Dios. Consideremos que Nehemías estaba delante del rey todo el tiempo, es decir, tuvo muchas oportunidades para exponer su causa al monarca, pero no lo hizo, ¿por qué?, porque CONFIABA en su Dios.

Una consideración detallada de estos primeros versículos de Nehemías 2, permiten ver la confianza de este siervo en la Soberanía divina. Él era muy consciente que las circunstancias actuales de Israel se debían al pecado del pueblo, por ende, Dios estaba actuando soberanamente con los hebreos. Pensemos además, que Dios quiso poner a Nehemías como copero del rey, aunque nuestro pensamiento considere que era más lógico que el cargo lo desempeñara un nativo y no exponerse a que un judío atentara contra la vida del monarca. Las cosas sucedieron en el mes de Nisán, en el año 20 del rey, ¿qué, no pudo haber sido en otro mes y año? No, porque Dios escogió esa fecha.

Cuando Artajerjes preguntó a Nehemías por la razón de su semblante decaído, parece algo muy normal, una pregunta intrascendente, no obstante, este siervo discernió que era el momento que Dios le estaba dando para exponer su causa. Si este varón no hubiera estado orando constantemente, probablemente no hubiera entendido lo que Dios estaba haciendo.


3. El Carácter cristiano

Entonces temí en gran manera” Vr 2



La reacción de Nehemías es más que comprensible, por un lado, porque no era del agrado de un rey que alguien estuviera triste en su presencia (Est 4.2), máxime, si era alguien de su entera confianza; por otra parte, estaba a punto de hacer una petición que podía costarle la vida, en la medida que significaba autorización para reconstruir los muros de una ciudad que durante muchos años estuvo sometida al imperio.

La confianza en Dios no nos convierte en súper humanos, al contrario, nuestro carácter se forja porque somos más conscientes de nuestra debilidad y, aunque tememos y temblamos, el Señor nos sostiene para cumplir con sus propósitos. Vale la pena recordar la respuesta de Dios al apóstol Pablo: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad (…)” y la piadosa conclusión de este siervo: cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12.10). Podríamos decir que una señal de madurez espiritual es el reconocimiento de la propia debilidad.

Pese al temor,  Nehemías dio respuesta al rey: Para siempre viva el rey. ¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego?  (Vr 3).

No escondió la razón de su tristeza, tampoco contestó más de lo preguntado, esto es, hasta ese momento, él no solicitó nada. Cuán Sabio y prudente fue este hombre al contestar con las palabras necesarias. Dios nos ayude a dar respuesta de manera humilde y controlada.

Ahora, el rey pregunta nuevamente “¿Qué cosa pides? (Vr 4). El rey lograba evidenciar que detrás de la tristeza y la respuesta de Nehemías, había algo más de fondo y quería saber qué era. En ese momento, el varón de Dios “oró al Dios de los cielos”.

Fue una oración sucinta y secreta. Como vimos en el capítulo 1, Nehemías era hombre de oración, por tanto, invocó a Dios de la misma manera que lo hacía en la intimidad, de hecho, aquí también clamó al “Dios del cielo” (Compárese 1.4), a Aquél que estaba por encima del monarca. Gran lección para los creyentes de hoy en día, que necesitamos pasar más tiempo delante del Señor orando, de manera que ante las particularidades de la vida, la comunión con Dios se manifieste y hagamos y digamos lo correcto.

Prestemos atención a la respuesta de Nehemías después de orar (Vr 5):

a.      El Soberano: Si le place al rey
b.      El Súbdito: “y tu siervo ha hallado gracia delante de ti
c.      La Solicitud: “envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis            padres, y la reedificaré.

Considere el lector si la petición hubiera sido al contrario:

envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, y la reedificaré”; (si) “tu siervo ha hallado gracia delante de ti”,  (desde luego) “si le place al rey”.

Cuántas veces pedimos un favor siguiendo este último guión y no el del Señor, anteponiendo nuestra necesidad y luego considerando a la persona de quien requerimos su buena voluntad. En la forma como Nehemías hizo la petición hay Sabiduría, o mejor, fue la manera como Dios lo guió para expresarse. Necesitamos más oración para decir lo correcto en la forma correcta.

Ampliando un poco la aplicación, aunque guardando proporciones, pero cuando oramos, debemos empezar por Dios, luego seguimos nosotros, así: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. (Mt 6.9-10).

Ocurre con frecuencia, que iniciamos así: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.  Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal (…)” (Mt 6.12-13).

Otro ejemplo en que primero es Dios:

Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel. (Lev 16.8). En el día de expiación, el primer macho cabrío era por Jehová, es decir, la porción que le correspondía a Dios primeramente, luego, la parte nuestra, el macho cabrío en Azazel.

La sabiduría para hablar y actuar, proviene de la dependencia absoluta de Dios, ella se forja en la intimidad, no por nada, en un contexto de pruebas, Santiago exhorta: Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. (San 1.5).

A través de la oración, el cristiano crece en su carácter, en la medida que experimenta cuán débil es y, a su vez, se hace más sabio. Además, cuando se cultiva la vida de oración, el yo va cediendo el paso al Señor, por lo cual, por impulsivos que seamos en nuestra personalidad, sabemos esperar.

Podemos concluir con tres versículos:

Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. (Sal 40.1)

Guarda silencio ante Jehová, y espera en él (…)” (Sal 37.7)

“¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?  Espera en Dios; porque aún he de alabarle,  salvación mía y Dios mío. (Sal 42.5)